Carta incompleta

¡Hace tanto tiempo que no me enfrento a ti, que no te escribo ni una simple carta o nota! No sé si es por miedo a decir lo que sé que tengo que decir, pero creo que ha llegado el momento de enfrentarme a ello.

Mientras escucho el sonido del mar, las olas chocando con las rocas de la playa, vienen a mi recuerdos de mi la infancia, momentos felices y otros llenos de amargura y dolor por cosas que aun no entiendo y que creo que nunca entenderé. Quizás nunca deberé entenderlas.

La verdad inquebrantable es que te echo de menos. Te recuerdo en tus peores momentos, en tus sonrisas, en actos cómplices que nos unieron, en la desolación que intentabas disimular y, que yo crío, no supe interpretar y ahora, con el paso del tiempo, creo saber que sufrías y no pude hacer nada. Quizás no debía hacer nada. 

Recuerdo cuando me decías que fuera a buscar a papá al bar de Faustino para comer. Recuerdo como papá me decía que me bebiera algo para quedarse él más tiempo. Yo como niño que era, sucumbía al placer de las bebidas azucaras, a los caramelos… y tu esperando. No debí hacerlo, pero era un crío y no podía. Me arrepiento, intento justificarme, pero no lo consigo. Debí hacer más. Pero no lo hice. Y ahora ya no estás.

Las olas chocan con las rocas y evocan sonidos de ayer que retumban en mi mente, que derriban los muros que llevo construyendo para intentar sobrevivir y no sentir. Pero hay brechas en las murallas y el miedo las atraviesa, haciéndome sucumbir al dolor y la pena.

Hay tantas cosas que tenía que haberte dicho antes y no pude. Y no sé si podré.

Las siestas con el sonido del mar de fondo, viendo los fuegos artificiales de las fiestas a tu lado con miedo, contar las monedas del cajón para ver si podía ir a comprar helados o chuches a la tienda, bañarnos en la playa, solos y aislados. 

Estábamos en la casa, eso fue lo que más tiempo hicimos, nosotros ya que papa llevaba otro ritmo. Solos y aislados. Y así es como creo que somos. Aislados e intimistas. Nuestro mundo para nosotros, que nos cuesta compartir. Si es que llegamos algún día a compartirlo.

Quizás nadie lo entienda, pero buscando una justificación, somos hijos de nuestra experiencia, vivencias, miedos, alegrías y penas. Eso a cierta edad ya no se puede cambiar.

Te recuerdo. No te culpo de nada, hiciste lo que pudiste y tenías que hacer, y eso ya no se puede cambiar. No culpo a nadie realmente. Todos somos hijos de unas circunstancias y ya está.

Realmente son tantas las cosas que tengo en mi cabeza, que tengo que contarte que ni siquiera se por donde empezar. Es tan difícil tener momentos íntimos para ti, para dedicarte. 

El mundo se ha vuelto loco en estos años, no creo ni que lo reconocieras. Hemos cambiado tanto, pero eso nos ha hecho evolucionar. Y así estamos.